lunes, 18 de julio de 2016

Celebrando la misericordia.



Celebrando la misericordia.
El Confesionario es el lugar, donde el  remordimiento, el desasosiego y la busca de sanación se hacen evidentes. Es el ámbito sagrado donde es posible –y muchos lo hacen- «dejar caer las máscaras», y el hombre es capaz de mirarse a sí mismo, y de dejarse mirar por el Dios de la misericordia infinita. Es el lugar de la verdad, y por ello, de la esperanza.
En el Confesionario, cuando la persona humana, consciente de su condición de hija de Dios, se dispone con humildad, cuando se anima a expresar su pecado, cuando se acusa y no se excusa, cuando encuentra un oído atento, una mirada de misericordia, un consejo que eleva y da aliento, una invitación al cambio, comienza a encontrar la libertad y la paz, el alivio.
Doy gracias a Dios por permitirme el ministerio de la Penitencia y poder sentir, con alguna frecuencia, que mi pobre humanidad sirve de instrumento a Aquél que ha venido a «liberar a los cautivos» y «devolver la vista a los ciegos».
Pido la Gracia de poder acercarme cada día más al ideal que Juan Pablo II señalaba a los confesores:
Pido la Gracia de poder ejercer cada día mi misión en el Tribunal de la Misericordia como Juez - que debe valorar tanto la gravedad de los pecados, como el arrepentimiento del penitente– y a la vez como médico -que debe conocer el estado del enfermo para ayudarlo y curarlo (RP 31)- con la divina ternura y con paciencia de Padre.
Que al intentar conocer mejor el estado de aquel a quien deba ayudar a sanar, nunca torture a nadie ni abra sin necesidad o infecte una herida, pero tampoco «siga de largo» cuando la intuyo, aunque el penitente no haya logrado expresarla. Como el Maestro con la Samaritana, a quien, luego de mirar con cariño y hablar con paciencia, le ayudó a reconocer que el hombre con el cual estaba no era su marido.
Que pueda inspirarme siempre en la sabiduría de la Iglesia, la cual nos señala que «al interrogar, el sacerdote debe comportarse con prudencia y discreción, atendiendo a la condición y edad del penitente» (CIC 979). Con la delicadeza de quien no quiere añadir dolor, pero sabe que es necesario, muchas veces, extirpar la raíz escondida para que desaparezcan los frutos agrios.
El pasado 20 de junio se cumplieron los 40 años de mi ordenación sacerdotal. Ordenado por un santo Obispo, el Beato José María García Lahiguera. ¡Cuantas veces he deseado tener aunque fuera una migaja el amor y el fuego que despedía D. José María, cuando hablaba del sacerdocio.!
En estos años en que confieso en la Basilica de la Virgen de los Desamparados, si que recuerdo, con agradecimiento, algo que nos dijo en uno de los retiros que nos dio antes de la ordenación. Señaló D. José María la importancia urgente y necesaria de la celebración personal del sacramento de la Penitencia. El encuentro con  Dios misericordioso, que cambia nuestra vida y nos reconduce al camino correcto, el camino adecuado, el que Dios tiene señalado para cada uno de nosotros, de una forma personal y única.. Un camino que si no recorro yo nadie va a hacerlo por mí.
Rafael Pla Calatayud.
rafael@sacravirginitas.org

(Tomado del Boletin nº 49 Camino a Betania, Junio 2016).

1 comentario:

  1. Gracias, Rafa, por recordarnos estas cosas a los confesores (que, a la vez somos o debemos ser también penitentes) así como el ejemplo el Arzobispo Don José maría que nos ordenó sacerdotes. Por cierto, nuestro condiscípulo César viene de Perú a pasar unos días aquí y quiere que nos veamos el día 2 de agosto en Moncada.

    ResponderEliminar